domingo, 17 de agosto de 2008

Líneas de tiempo

Esta es la noche más triste, porque me marcho y no volveré. Mañana por la mañana, cuando la mujer con la que he convivido durante seis años se haya ido a trabajar en su bicicleta, meteré unas cuantas cosas en una maleta, saldré directamente de la casa esperando que nadie me vea, y tomaré el metro para ir al apartamento de Víctor.Todavía puedo verla llorando, abrazada al cuerpo sin vida de su padre, en un funeral tan fastuoso como solitario. Solo algunos pocos y distantes parientes se habían acercado para dar el pésame y se escabullían sin decir adiós. Y ella, sola, frágil y vulnerada, esperando a que la vida le explique sus porqués. Tiempo después, Lucio y Víctor, los cocheros, me dijeron que nadie la había acompañado al entierro. Entonces yo recién dejaba de ser un chico, era apenas el ayudante del florista, nadie para su nivel social. Pero ella estaba herida y necesitaba compañía. -Pero eso fue hace seis años ya-Estoy triste porque tenga que ser de esta manera, pero la vida misma se encargó de darme las herramientas. Hoy temprano vino el gasista y dijo que la pérdida estaba solucionada, pero no lo está. -¿Por qué me mentiste Cecilia?- Pude resignarme a que hayas regalado la fortuna de tu padre; pude aceptar que mis sueños de escapar a la pobreza se hubieran esfumado, -Pero ¿por qué me mentiste? Fue hace menos de un año que llegó una carta de la escribanía y yo, ingenuo, pensé que era sobre la hipoteca. Creía que entre nosotros no había secretos pero no, tenías una fortuna a tu nombre, escondida. Oculté el sobre esperando a que me lo dijeses vos misma, nunca lo hiciste; y los sobres a tu nombre siguieron llegando-Mañana por la mañana, luego de que hayas salido a trabajar, la pérdida de gas seguirá siendo mínima y me encargaré de dejar todo bien cerrado. Mañana temprano pasaré a buscar a Víctor para irnos a pescar, y la perdida seguirá. Llegarás pedaleando cansada, como siempre. Escapándote de tu vida de lujos, esa que insistes en negarme. Fumando, disfrutando de antemano por tener tu casa todo el fin de semana, toda, para vos. Tú casa, tu dinero, tuyo, todo tuyo. Hasta que la muerte nos separe.

jueves, 5 de junio de 2008

¡Ojo con ese rompecabezas!

Todo empezó poco después de que nos habïamos mudado. Dejar la ciudad no había sido fácil y acostumbrarse a la vida en el campo tampoco. Pero entre la melancolía de todo lo dejado atrás y la excitación por lo nuevo, no nos dimos cuenta. Al principio pensábamos que el olor venía con la chacra y que, viviendo ahí, a la larga se iría. Éramos ciegos a lo evidente. Tendríamos que habernos dado cuenta cuando el pie de la lámpara empezó a decaer, estaba más pálido que de costumbre y su característico aroma a queso fontina se agriaba de a poco. Era una pena, los chicos extrañaban los tiros libres que eran su especialidad cuando jugaban a la pelota. Pero eso había sido en la ciudad, donde tenían que jugar en el living porque la calle era peligrosa. A veces te prepoteaba, casi siempre estaba con cara de mala, entre los vecinos se decía que andaba en algo raro. Por suerte en el campo no existen las calles peligrosas, salvo la ruta, pero esa es otra historia. Desde que habíamos llegado a la chacra, las patas de la mesa se habían puesto como locas, estaban llenas de energía. El contacto con lo agreste parecía haberlas despertado de un sueño profundo y las cenas en familia se habían vuelto una epopeya. Por todo eso tardamos en darnos cuenta de que el pie de la lámpara estaba mal. Le faltaban las fuerzas, le tomamos la presión y estaba bajísima, pobre. Ahí empezó el debate ¿A quién llamar? ¿A un médico? ¿A un electricista? Los chicos que se pusieron a llorar porque el pié estaba enfermo... En fin, un lío todo. Al final, lo único que conseguimos fue un veterinario, más para ver que era lo que se podía hacer que otra cosa. Llegó a la nochecita, un hombre cincuentón que daba tranquilidad con solo mirarlo. Los chicos que se la guardaron apretujándola en los bolsillos. Doctor Herrera dijo que se llamaba. Ahí nomás los chicos se calmaron un poco y me los llevé para otro lado para que lo dejasen trabajar tranquilo. Mi marido se quedó cerca por las dudas y yo cada tanto me hacía la distraída y dejaba a los chicos para pispear que pasaba. La cosa era así, el pie de la lámpara tenía gangrena y no quedaba más remedio que sacrificarlo. No nos dimos cuenta, pero le fallaba la irrigación hacía un tiempo. Claro, porque estábamos en el campo, y, para que le circule la sangre necesitaba estar cerca del corazón de la ciudad, si no la sangre no le llegaba. Le dijimos a los chicos que se despidieran del pie porque había que llevarlo muy lejos para que se mejore. Es increíble la fuerza que mostraron, las lágrimas se les salían de los ojos al despedirse, pero nada che. Se la bancaron como dos hombrecitos. Por el rabillo del ojo vi como Jorge buscaba su rompecabezas. También vi al doctor Herrera que le decía que no hacía falta, que como buen veterinario tenía todo lo necesario para un sacrificio piadoso.
Pasó el tiempo y a los chicos se les pasó, salvo un poco a Marcos, el mayor. Si bien el olor en la casa había disminuído, no se había ido del todo. ¡Mirá que ventilamos eh! Una mañana me encontré a mi marido en la cocina con cara de preocupado, tenía la caja con las cosas de costura en las manos, el olor era terrible. Sin que me dijese nada entendí. ¡Nos habíamos olvidado de desembalar la cabeza del alfiler!

viernes, 25 de abril de 2008

Como el viento

No recuerdo como fue, probablemente haya sido de noche. Era el único momento en que veía a mi mamá. Ella trabajaba todo el día y yo iba a la escuela a la tarde, como ella decía, para no tener que madrugar. No sé si fue antes o después de cenar que me mostró lo que tenía para mí, un libro, que primera vista no ofrecía demasiado. Recuerdo que tenía muchas ganas de leerlo, pero la primera impresión no me resultó muy estimulante. La sobrecubierta era color verde lavado que no ayudaba, y la ilustración de la tapa tampoco. Ahora que lo pienso, estoy seguro de que haber visto antes la película tampoco ayudó. Eso le dio forma previa a mi imaginación, me enseño a desilusionarme demasiado temprano. A la fuerza no pude imaginarme las cosas por mi mismo, porque ya las había visto antes en la tele. Mi relación con aquel libro había empezado con un mal pie, pero aún así, esa misma noche comencé la lectura. Era la primera vez que me largaba solo a una aventura de ese nivel. No fue fácil leer una novela a los siete años.
Era cierto que el prejuicio no había ayudado en un comienzo, pero rápidamente comprendí que el libro no era igual a lo que conocía. Aparte de ese liberador gran descubrimiento, también aprendí que leer una novela tenía sus problemas. Me llevó casi un tercio del libro establecer que un capitulo por noche era una buena medida de lectura. Abandonar en cualquier parte servía para releer párrafos enteros o terminar salteando quien sabe cuantos. Nada, por suerte, que la práctica no haya podido solucionar.
De a poco me dejé llevar por ese mundo, esa aventura. Constantemente ocurrían cosas que nunca hubiera imaginado. Con el tiempo fui aprendiendo a que ese universo me pertenecía. Todos mis compañeros de escuela también habían visto la película, pero yo había dado un paso más allá. Ese mundo me pertenecía a mí, solo a mí, a nadie más. Esa era mi maravilla oculta, mi secreto. Leer se había vuelto una cosa que me diferenciaba de los demás,
Pasó el tiempo y la vida siguió su camino. Con el paso de los años llegó a mi conocimiento una costumbre, algo que, al parecer, se compartía en algunos seléctos círculos por el mundo. Había gente que liberaba a sus libros amados.
Esa idea poética caló profundo, la sentía parte de mí. Investigué sobre el tema con mucha esperanza, pero, lamentablemente, descubrí que esa práctica no tenía nada de lo romántico que había creído. Había gente que los marcaba para después buscarlos, era como una búsqueda del tesoro, pero para gente intelectual. La realidad aplastaba mis ilusiones, lejos quedaba el ideal que había imaginado. Pero esa historia no podía terminar así. No, un libro que me había dado tanto no podía permanecer para siempre en una biblioteca, en el olvido, condenado a, con suerte, ser releído por los mismos una y otra vez.
El destino eligió que ocurriese un mediodía de verano. Viajaba en colectivo y tenía el libro conmigo. Realizaría el acto poético que no había podido encontrar en otros. Me levanté del asiento para bajar y lo dejé tras de mí, sintiéndome feliz por saber que cambiaría la vida de alguien. Mientras me bajaba, una mujer me chistó, casi sin mirarla le dije que ese libro no era mío. Era la verdad, ese libro ya no me pertenecía, era libre, como el viento.

domingo, 30 de marzo de 2008

La fábula de FuYuFei y el abad

Esa mañana el monasterio abrió sus puertas para hacer la evaluación anual a los postulantes a monjes. El niño Fu Yu Fei llegó primero y se presentó muy entusiasmado, sin embargo el abad lo rechazó diciendole, simplemnte, que no estaba lísto.Ese mediodía, mientras dirigía los rituales previos al almuerzo, el abad miró a un joven que paseaba por el bosque lindero, este le devolvió la mirada, pero el abad volvió a negarle el ingreso al monasterio a Fu Yu fei.Esa misma tarde el abad debió partir hacia la ciudad para tratar unos asuntos con el gobernador, en el camino se cruzó con un robusto leñador que lo saludó cortesmente, como se merecía un monje de su investidura. El abad agradeció el gesto y, aunque severo, algo apenado, no tuvo otra opción que volver a rechazar a Fu Yu Fei por aún no considerarlo listo para ingresar al monasterio. Este se volvió cabisbajo hacia su hogar, donde su mujer y sus hijos lo esperaban.Anochecía cuando el abad llegó finalmente a la ciudad. En la entrada, un mendigo se le acercó a pedirle limosna. El abad, en su infinita, aunque humana, sabiduría volvió a repetirle a Fu Yu Fei que todavía no se encontraba listo para ingresar al monasterio. Este aceptó humildemente la negativa y regresó a sus tareas de mendigo.Esa noche, desde su habitación de invitado en el palacio, el abad escuchó a lo lejos la música de un funeral, y, como máximo representante religioso de la región, creyo que su obligación acercarse a dirigir lo rituales. Una vez en el lugar reconoció en el feretro a un anciano Fu Yu Fei, al que solo pudo decirle que aún todavía el momento no había llegado.La mañana siguiente mantuvo al abad ocupado en largas reuniones con el gobernador y su corte. Debatieron acaloradamente sobre temas de suma importanmcia. Durante uno de los descansos, el abad optó por ir a meditar a los parques del palacio. En el camino se encontró con una mujer que en sus brazos llevaba un niño. En los brazos de su madre, el bebé Fu Yu Fei sonreía porque intuía que faltaba poco.

La indecisa

Le dije que iba a darme una ducha y la invité a acompañarme. No dijo nada, pero bajó la vista y sonrió. Dejé la puerta del baño entreabierta como para que entrase y me sorprendió que no lo hubiese hecho. Cuando salí se había ido, y yá no me responde las llamadas.

Cucaracha Story (basado en una historia real)

-Ahí parece que hay calor.- Se corrió la voz.El ogro es grande, fuerte y muy feo, está acompañado por otros dos amigos ogros.-En la otra habitación, está oscuro, creo que siento olor a comida.-Los ogros no sospechan nada, están jugando con la computadora.-Era cierto, era alimento, cáscaras de papa y algo de aceite. Hay suficiente como para alimentar un grupo pequeño.--Creo que ví algo, en la otra habitación, la que pasamos de largo cuando vinimos. Voy a investigar. Esperen aquí.-El ogro vio a la cucaracha enrar en la habitación y se acercó sin que esta lo notara. Apenas pudo reaccionar, fue inutil, el ogro la mató de un sandaliazo y socarrón le dijo a sus amigos: -¡Aquí no quiero inquilinos!-

Laberinto de espejos

-No hace tanto leí por ahí que los grandes novelistas se pueden dividir en dos grupos, los que realizan complejos experimentos semánticos o aquellos que meramente se limitan a describir mejor que los otros. Yo lo percibo de otra forma; los grandes novelístas, como los grandes pintores; Como todos los grandes artístas y todos los grandes amantes; tienen la capacidad, el deber, de percibir y entender otros puntos de vista. Los grandes escritores deben jugar con lo que los lectores conocen y suponen de su creación. Los pintores deben poder transmitir lo que cada una de las partes de su obra significa, no solo para su creador, sino para la obra como conjunto, como entidad autonoma y sensible. Los grandes amantes deben ser capaces de mostrar la más absoluta disposición a comprender las sensaciones de su pareja, pudiendo estremecer con caricias cada vez más sutiles, llegando a poder causar placer con un susurro. Los grandes artístas son los que saben manejar la atención de sus presas. Juegan con eso, destruyen lo esperable. Guían la voluntad de su victima, la somete hasta su rendición. Recién ahí, muy de a poco, una por una, le enseña las reglas. Despacio. El artísta tiene el control, el lector está a su merced, el amante se entrega a su cadencia. El artísta juega, dirije su atención en un sentido y antes de que llegue al punto cúlmine, cambia de rumbo. Se dirije en otro sentido como un músico que cambia de ritmo y tonalidad bruscamente, pero siguiendo un camino. La presa se funde con la creación, nunca el placer puede ser suficiente. Que el cuadro tenga un limite convierte a su creador en verdugo de la potencialidad. Tarde o temprano los amantes necesitan más de eso único e irrepetible. Los poemas mueren al repetirse. Esta es tambien una experiencia única. El mejor poema había dicho. En ese momento se acercó a mí como nunca nadie lo había hecho. Yo tenía los pies y manos atados, pero no me resistí, ni siquiera cuando afilaba sus herramientas. Había terminado de contarme su historia, como en su momento también la escuchó, de poeta a victima. Como yo la hice propia, de victima a victimario, te doy la bienvenida a nuestro club.-

El Huesped

Disfrazó el sonido del teléfono dentro de sus sueños hasta que no pudo hacerlo mas. El precioso mundo onírico se desvanecía. Hizo una fuerza sobrehumana para quedarse, pero era imposible.Alicia tanteó en la oscuridad hasta reconocer la forma del aparato telefónico, levantó el auricular y murmuró: - ….…hhhola-Nadie respondió.Ya más conciente de sus acciones abrió los ojos y dijo- HOLA- con un tono mas firme.Se molestó bastante cuando no tuvo respuesta Muy cansada colgó el teléfono y se acomodó en la camacon la idea de seguir durmiendo.Con la cabeza en la almohada se dejó llevar por sus pensamientos. Se encontró navegando entre mundos. Mitad despierta, mitad dormida…pero algo volvía a sacarla del ensueño. Su calma volvía a ser interrumpida. Saltó en la cama, asustada por el timbre del teléfono que volvía a sonar. Decidida, levantó el auricular y con voz firme dijo: - Hola, ¿Quién és?-Esta vez tampoco sus palabras fueron respondidas.Esperó unos segundos mas y cortó.Volvió a acostarse, sabiendo que esta vez le costaría mucho dormirse, Antes tenía que serenarse un poco. Dio vueltas sobre si misma durante unos minutos hasta convencerse de que no se dormiría tan facilmente. Corrió las sabanas y se sentó en el borde de la cama. Permaneció así un momento mientras decidía que hacer. En la total oscuridad, y sin cambiar de posición, buscó mecanicamente en su mesa de luz. Intentó prender el velador.-Click-.No encendió. Probó de nuevo. Nada cambió.Tanteando buscó su camisón y se lo puso de memoria. Caminó hasta la entrada del cuarto y apretó el interruptor. Las luces de la pieza tampoco funcionaban.Abrió la puerta de la habitación, estaba tan sumida en el sopor que ni siquiera pudo disfrutar del espectáculo de luces y sombras que brindaban las copas de los arboles a través del ventanal en el fondo del pasillo. La luz de la luna, apenas visible entre las nubes, se escurría a través de las hojas de los arboles. Gracias al movimiento de las ramas parecía que, al proyectarse la luz, todo el pasillo estaba en movimiento. Era un espectáculo que Alicia prefirió dejar de lado. Ese lugar de la casa nunca le había gustado del todo y prefería evitarlo.Recién cuando hubo llegado a la sala de estar se dió cuenta de lo espesa que era la noche. Muy despacio comenzó a caminar tanteado con los pies y manos antes de dar un solo paso, descubriendo la ubicación de los muebles en vez de chocárselos. Utilizando la memoria logró evitar la mayoría de ellos sin problema, pero aún así no pudo sacarse de encima esa sensación de inseguridad latente¿…y si hay algo fuera de lugar…? Tardó unos minutos hasta llegar a la cocina, donde buscó el interruptor solo para comprobar que no había energía en toda la casa. Entonces fué a la heladera y abrió la puerta. De su interior sacó una botella de vidrio, con sus dedos sintió el contorno de la botella y las figuras allí labradas. Comenzó a tomar.El teléfono volvió a sonar y Alicia, sobresaltada, soltó la botella. En esa milésima de segundo pensó que la botella se estrellaría, pero el sonido dijo lo contrario. El timbre del teléfono volvió a sonar, y la encontró dudando entre atender o levantar la botella caída. Se agacho y encontró la botella antes de lo pensaba, estaba a milímetros de sus pies. Estaba de pie y no se había volcado nada.El teléfono volvió a sonar.Agarró la botella de vidrio aún fría. Un escalofrio recorrió su frágil cuerpo. Tenía la sensación de que había alguien mas en la habitación. No, eso era una fantasía. Una idea y nada más.El teléfono volvió a sonar.Finalmente dejó la botella en la heladera y se encontró levantando el auricular del teléfono, no recordaba haber llegado de la cocina a la sala de estar. Algo confundida puso el auricular sobre su oído otra vez. No dijo nada, solo escuchó.Alicia palideció..Escucho por menos de un segundo y colgó velozmente. No podía poner en palabras lo que había escuchadpo. Caos puro. Una mezcla de ruidos que no eran humanos, gritos. El ruido del metal retorciéndose. Carne Roída. Caos puro.Estaba paralizada. En la oscuridad solo escuchaba los latidos de su corazón, pero en su mente seguía viendo las imágenes que le llegaron por la línea telefónica. No se detenían, estaba atrapada en el presente. Temblorosa dió un paso hacia atrás casi por instinto, queriendo alejarse lo antes posible del aparato. Dió otro, y con las manos se tomó la cabeza intentando apagar esas imágenes. Dio uno mas y se golpeo la pierna contra un mueble. Perdió el equilibrio y sintió que empezaba a caer.Pero no, estaba de pie.El teléfono volvió a sonar. Ella, histérica ya, se abalanzó apretando los dientes, gritando para darse coraje. Tomó el aparato y tiró hasta dejarlo en silencio. Desconectado lo lanzó al piso. El teléfono dió unos tumbos antes de perderse en el silencio nocturno.En la oscuridad absoluta, Alicia observó fijamente hacia donde había caído el aparato. Respiraba fuerte, con los nervios alterados. Permaneció así hasta que sus ojos se aclimataron un poco a la oscuridad. El telefono yacía deshecho contra la pared. Una voz surgió desde esa ruina. Una voz rasposa y anestesiada que la llamaba por su nombre –Estamos llegando...-Alicia no pensó. Inmediatamente comenzó a correr sin rumbo por las habitaciones oscuras. No importaba donde. Solo importaba alejarse. Chocaba contra los muebles pero no le importaba. Alicia solo quería escapar. Debía huir de su propia casa.Continuó recorriendo habitación en habitación. La casa parecía no tener fin. Se sentía perseguida. Casi podía escuchar como un par de pies invisibles se le acercaban mas y mas. Como le cortaban el paso. Confundida, mareada, no quería reconocer que estaba perdida en su propia casa. En realidad sabía en que parte estaba, pero no quería admitirlo. Estaba otra vez junto al telefono.Las lagrimas comenzaron a brotar de sus ojos. Deseaba estar soñando. Pero desear no cambiaría nada y lo sabía.El teléfono, aunque desconectado, volvió a sonar.Rendida, Alicia se apoyó contra una pared, y se dejó caer llorando. Estaba perdida, vencida. Quería que todo terminase pronto.El teléfono dejó de sonar, pero ella no intentó volver a moverse.Permanecía en su posición, llorando. El miedo la paralizaba, porque sentía como una mano invisible le acariciaba el pelo.El teléfono volvió a sonar…

Sean Breves

...Y entonces le dijo que no la volviese a llamar.-
-¿Y le hizo caso?-
-No sé, me ofendí y nunca más la volví a llamar-

Esa noche tocaba el Flaco

Sueño despierto, veo el paraíso, pero algo no está bien.Hay música en el jardín del Eden. También un laberinto de gente.Es de noche, la luz es azul. Hay una persecución. La gente que lo forma no aprueba la persecución, está molesta. Cambian su dibujo en rebeldía.Si el perseguido logra escapar, será libre para siempre. Si sus perseguidores logran atraparlo, todo se volverá rojo, pero el laberinto está cansado, ya no quiere contenerlos., no quiere una persecución dentro suyo.Entonces la gente se dispersa. Hay calma, la luz es verde. Ya no hay laberinto, la gente está sentada, conversan entre sí. Perseguidos y perseguidores dejaron de serlo.No quedan victimas ni victimarios. Ríen, comparten buenos momentos.Todo vuelve a estar tranquilo en el jardín del Eden.

Cara o seca

Hacía frío esa noche. Unos pocos dirán que en realidad no era una noche fría, que en realidad era la temperatura que estaba algo baja o que ni se sentía. Pero estarían mintiendo, y para que no queden dudas voy a repetirlo.Hacía frío esa noche, y en ese cementerio había cuatro personas dispuestas a dar un paso importante, uno de esos pasos que no se dan todos los días.Caminaban en fila, algunos tiritaban. Otros lo ocultaban, y todos luchaban a su modo contra el frío. O quizás contra la noción de saber que era lo que estaban por hacer.El primero de la fila llevaba en su mano una linterna. Se sentía un poco superior a los demás, Como ya dije era el primero, pero también era el que guiaba al grupo en el laberinto de lapidas. Disimuladamente jugaba un juego que sus compañeros nunca entenderían, marcaba los ritmos de la caminata. Tenía su propio sistema para hacerlo, basado en la cantidad de letras en cada una de las losas donde apuntaba, y si a simple vista eran muchas, aceleraba, y si eran pocas, disminuía. También se divertía haciendo que sus compañeros de viaje levanten la guardia en vano. Esto era muy fácil, con solo apagar la linterna y agacharse un poco, todo el grupo se ponía en guardia.El segundo estaba seguro de que le había tocado el peor trabajo de todo el grupo. Cargaba sobre su hombro los instrumentos envueltos en una sabana. Nunca antes había pensado que un par de palas y una ganzúa pesaran tanto. Durante esa caminata deseó mas de una vez pedirle a sus compañeros un cambio, pero siempre se convencía de que si lo pedía después, cuando empezara el verdadero trabajo, perdería un muy importante margen de negociación. Haciendo un poco de equilibrio sostuvo con una sola mano su carga y con la boca se desabrochó la manga de la campera, después se arremangó con los dientes y al fin pudo ver su reloj, entendió que habían pasado unos veinte minutos desde que se bajaron del auto y treparon la pared. -¿veinte nada mas?- se dijo a sí mismo. Es que no lo podía creer. Las herramientas pesaban una tonelada, y con cada paso, su cansancio aumentaba.Era ya la segunda vez que le pedían que se calle al tercero de la fila. No entendían que con los nervios que sentía, era cuestión de tiempo antes de que vuelva a silbar de nuevo. No lo hacía a propósito, pero mirar los dibujos que formaba su aliento en el frío aire lo distraía de su realidad.El cuarto fumaba, seguro que su esposa le pediría explicaciones por el olor a cigarrillo en el bigote, pero era eso o decirle la verdad. “Un mal menor para no confesar el mal mayor” le pareció una motivación acertada medio atado atrás ¿y por que abandonarla justo ahora? Faltaba poco, podía olerlo en el ambiente, lo sentía todo su cuerpo que temblaba hacía rato. –Que va a ser por el frío, si apenas se siente- Tiró la colilla en la tierra y la pisó. Recién en ese momento se dio cuenta de lo agotado que estaba. Tener cáncer de pulmón y fumar no suelen ser una buena combinación. Respiraba fuerte, casi jadeaba, estaba seguro que dentro de poco le faltaría el aire. –Vamos che, no me aflojes ahora- pensó –era mejor tener que discutir con Olga sobre el cigarro ¿no?- sonrió un poco, tratando de olvidarse por un momento de todo lo que estaría por hacer.El tercero volvió a silbar, y el primero aprovechó para apagar la linterna y agacharse.Mientras todos los otros se agachaban también, aprovechaban para insultar al tercero por ser tan estúpido.-Si nos llegan a agarrar...- Amenazó susurrando el cuarto. El primero empezó a reírse. Los otros tardaron muy poco en darse cuenta de que era un chiste. Unos segundos después, cuando habían retomado la marcha, el segundo le tocó la oreja con la mano. El primero al sentir ese témpano lanzó un quejido, y todos los otros rieron un poco.Caminaron en silencio un poco mas, cada uno metido en su mundo. Cada uno tratando de minimizar lo que estaban por hacer. O en el mejor de los casos, tomándolo como un juego.El primero frenó y los demás lo rodearon. –Bueno muchachos, ya llegamos- dijo.En cuanto escuchó esto el cuarto se dejó caer en la gramilla. El suelo estaba helado. Y podía sentir como el frío le entraba de a poco por el pantalón. Los otros apenas lo miraron mientras se agarraba la cara. Los tres restantes formaron una ronda. Se miraron las caras un rato esperando a que alguien tome la palabra. Fue el segundo el que habló. –Hay dos palas y somos cuatro- El primero sonreía, y agregó- Supongo que eso quiere decir que hay dos que no van a hacer el poso- El tercero, apurado dijo -Yo no tengo problema con eso- Desenrolló la sabana y agarró una de las palas. –Pará, pará- lo frenó el primero. Con una mano lo agarró del brazo –Acá nadie empieza a hacer nada hasta que no digamos quien va a ser el que haga lo ultimo- y señaló la ganzúa. Sonreía, tenía sadismo en la mirada -Yo no sé si voy a poder- dijo el tercero casi interrumpiéndolo. El primero, disfrutaba de esa tensión. –A mí tampoco me gusta la idea, para nada. Pero ya estamos acá- dijo el segundo, y se refregó las manos para sacarse el frío. El cuarto se sacudió la tierra del pantalón. El segundo agregó -Y ninguno de nosotros va a hecharse atrás ahora...- El tercero ya no temblaba por el frío, y el primero lo sabía. Se limpió el sudor con la manga. El cuarto tosió. –No me animo a ser yo el que lo ten...- Empezó a decir el tercero, pero el segundo lo calló. –Alguien va a tener que abrirlo- El tercero bajó la vista y sabía que sus tres compañeros lo estaban mirando fijo. El cuarto volvió a toser y se aclaró la garganta. Todos lo miraron, menos el primero que miraba de reojo al tercero que aprovechó ese momento para limpiarse las lagrimas. El primero sonreía. -¿Entonces...?- preguntó el cuarto. Se miraron entre ellos. Nadie se animaba a decir lo que era evidente. Todos tenían sus motivos. Miedo, respeto, placer. El tercero ya se había recompuesto. El segundo lo felicitó por eso. El cuarto volvió a preguntar –¿Entonces quien...?- y sin saber por qué miró al primero. Él le devolvió la mirada, y después los miró a los ojos uno a uno. Tomó aire y dijo –Entonces que la suerte decida... –Todos trataron de no mirarse. No querían avalar con la mirada lo que habían acordado. Pero nadie se atrevía a desistir. El primero sacó una moneda. El segundo lo miró y dijo –Que asi sea entonces- Los otros no dijeron nada. El cuarto levantó la vista y se preparó para lo peor. El tercero Quedo con la cabeza gacha. Miraba el suelo. No se atravía a sentir el peso de las miradas de sus compañeros. El primero le preguntó ¿cara o seca?

Los inocentes

A ese señor todo el mundo lo llamaba el viejo, pero cuando estaban con el nadie le decía así, todos le decíanJorge. La primera vez que le fui a hablar yo también le dije viejo y se rió y me agarró de la cabeza riéndose el también.
Todos los jueves que mi papá se juntaba con sus amigos en el bar y me llevaba a mi, y, todas las veces terminaba por acercarme a hablarle a Jorge que siempre se sentaba solo en el fondo. También la vuelta papá me decía que era mejor no hablarle, que le gustaba estar solo y que era mejor dejarlo, pero siempre que yo iba, él me recibía bien; nunca me pidió que lo dejara solo, incluso parecía ponerse contento con mis visitas.
Me acuerdo de una tarde en que volvíamos del cine con mamá, papá y el tío Alberto, pasamos por la puerta del bar y lo ví a Jorge ahí sentado. Cuando al jueves siguiente se lo conté a uno de los amigos de papá, a Felipe, me hizo un gesto para que baje la voz y me contó que el viejo iba todos los días al bar, entonces yo dije que como nunca faltaba había que apodarlo Sarmiento en lugar de viejo, pero a nadie le causó gracia y yo solo me reí un poco porque todos bajaron la mirada e hicieron silencio hasta que Ricardo comentó que para las carreras del domingo le apostaba a Renault que estrenaba piloto que era de Junin como él y que eso no podía fallar. Entonces quise volver al tema anterior pero nadie me prestó atención.
Nunca me voy a olvidar de Jorge, el viejo, sobretodo de la última vez que lo vi, me acuerdo que pedí permiso para ir a baño y cuando volvía me hice el distraido cómo siempre y me acerqué al viejo a hablarle, le pregunté porque estaba siempre tan solitario y no se juntaba con la banda de amigos de mi papá, parecía tan triste. Para tratar de levantarle el ánimo le dije el chiste de Sarmiento y por un momento ví como comenzaba a formársele una sonrisa, pero la expresión de la cara le cambió rápido y sin que me dé tiempo a reaccionar me tomó del brazo con la mano, fuerte, firme, y si bién me miró a los ojos me parecía que en realidad miraba otra cosa. No lloré, no dije nada cuando volví a la mesa ni de regreso a casa. Yo, cada tanto, cuando pasaba por la cuadra del bar me asomaba por la ventana para saludar al José el mozo, pero cuando miraba al fondo el lugar donde siempre estaba sentado el viejo siempre estaba vacío. Un tiempo después un día entré al bar porque José me dijo que me regalaba una factura que yo eligiera mientras él hablaba con mi mamá. Ahí adentro le pregunté por Jorge. José la miró a mi mamá, y no llegué a escuchar que era lo que ella le decía por lo bajo, él entonces me dijo que el viejo se había mudado a otro país porque tenía muchas deudas. Unos días después de que me hubiera dicho eso, ví a un montón de policías y bomberos en la puerta de su casa, todos tenían caras muy serias y una señora le decía al comisario que la noche anterior había escuchado un ruido, como de un disparo, y que el pobre de Jorge no era el mismo desde que había vuelto de la guerra.

Detrás de las máscaras

Tengo frío. Es el frío que siento cada vez que sé que estoy por hacer algo malo.Aunque decir eso sería adelantar el único final posible. Por otro lado, jugar con el poder es una idea interesante. Dejemos que las ideas, desde su libertad indiscutible, sean su propio límite. Que tomen conciencia de su libertad. Que esa libertad sea su condena, y que incluso así la defiendan.Walthaas se vio dentro de un bar. No había nada raro en eso, salvo que no sabía como había llegado hasta ahí. Era un lugar cálido y algo estático. Desde algún lugar, perdido en las luces bajas un pianista ayudaba a crear el clima íntimo.Hacía tiempo que el escritor hacía gala de su profesión sentado en una mesa oscura y alejada. Parecía ajeno a todo el mundo, perdido en el curso de su inspiración.Walthaas se le acercó -Hola- dijo, tratando de sonreírle, pero pronto se dio cuenta de que no era más que un estorbo para el escritor. Muy rápidamente entendió que había empezado con el pié izquierdo. Ya no había vuelta atrás.Walthaas apenas pudo tratar de mascullar alguna pregunta para caerle bien al escritor, pero en lugar de eso, le preguntó si era él quien estaba escribiendo eso. Y si eran Walthaas y toda la situación apenas creaciones dentro de su obra. No podía creer lo que decía, no pudo detenerse, terminando la pregunta aún en contra de su voluntad. Extrañado aún por la pregunta que acababa de formular, Walthaas se sorprendió todavía más por la respuesta que recibió.Apenas desviando la vista de su cuaderno, el escritor le contestó que en realidad él no estaba escribiendo eso. Que de haberlo sido, ambos y todo lo que los rodeaba tendrían que haber dejado de existir en el momento en él que había dejado de escribir. Le dijo que de hecho pensaba en que en realidad era Walthaas quien estaba detrás todo.Algo se agitó dentro de Walthaas, negó de plano esa conjetura llenándose de miedo. El escritor notó el temblor que recorría el cuerpo de Walthaas y que este creía ocultar.-Yo también se que todo esto no tiene sentido. Perdí la noción del tiempo que hace que estoy sentado escribiendo. Que hayas llegado sin motivo a preguntar cosas fuera de tu imaginación no me sorprende. De hecho no creo que nada vuelva a hacerlo.-El escritor volvió a mirar su cuaderno por unos segundos. Walthaas permaneció en silencio.El escritor volvió a conjeturar mirando a la nada. Esta vez, poseía más piezas de ese rompecabezas.-Si no soy yo quien describe esta situación, y tampoco sos vos el culpable de esta continuidad. Ya que de serlo tendríamos que haber dejado de existir igual. ¿Acabas de negar la posibilidad de serlo, verdad?- El escritor no esperó respuesta de Walthaas para continuar. – ¡Porque no existe ninguna creación que sobreviva mucho luego de ser negada por su creador!-El escritor prendió dos cigarrillos y le dio uno a Walthaas.-Entonces el verdadero escritor de este cuento debe ser otro. Es a la imaginación de un tercero a la que debemos esta, esta charla, y sus consecuencias.- Finalmente el escritor se reclinó en el respaldo de su silla. Parecía haberse serenado.Walthaas permaneció en silencio. Estaba anonadado por su propia pregunta involuntaria. Por la respuesta que recibió. Por todo lo que no parecía tener sentido y sin embargo nada le resultaba extraño.-Contame algo de tu pasado- interrumpió el silencio el escritor. Walthaas lo miró, parecía no entender lo que el escritor se proponía. -¿Imposible? Yo tampoco tengo recuerdos, nada antes de llegar a este bar.- Era verdad, Walthaas no podía recordar nada concreto de antes de su llegada. El escritor tenía razón.El escritor observó durante un momento a Walthaas, y al ver que este no respondería, volvió a dejar que su inspiración lo guíe en la escritura. Seguiría escribiendo durante horas, días, o lo que fuese necesario.Victima de esa abrumadora ráfaga de realidad, Walthaas sintió nauseas. Estaba de pie, mareado, sin entender y con la sensación de que así era mejor. Cuando volvió en sí, reconoció la cantina donde había estado todo el tiempo. Sentado en frente suyo, estaba el escritor, curvado sobre la oscura mesa, haciendo gala de su oficio sin que nada lo distraiga. –Walthaas tocó su hombro y habló casi en susurros. -¿Porqué me decís todo esto? ¿Como...? ya no tenía la voz para seguir hablando.El escritor no lo miró. Simplemente señaló su cuaderno y dijo: – ¿Que como sé que esto es un cuento y que nosotros somos los personajes? Porque yo también soy un escritor.-Walthaas no intentaba seguir siendo un estorbo para el escritor. Se despidió sin esperar la respuesta.Caminando por la calle, fue asaltado por los pensamientos, fueron una recapitulación de lo que acababa de vivir.El escritor parecía estar en lo correcto, ninguno de los dos podría estar creando esa situación.Aunque por otro lado, le parecía sospechoso el escritor, parecía saber demasiado.Parecen querer saber el secreto. Aunque también parecen obligados por las circunstancias a no tener otra posibilidad. Arañan la verdad. Los dedos les sangran. No parece importarles el dolor.¿Estarán dispuestos a pagar el preció?No es que tengan otra opción.Una vez perdida la inocencia, ya no hay forma de recuperarla.El escritor, sus hojas inspiradas, Walthaas, sus aparentes sinsentidos, el bar, el tácito pasado y toda la continuidad. Dejaron de existir.¿Y qué? Es una gota de sadismo, nada más. Solo sufren los personajes que inventé en mi cabeza. Tengo el poder y la voluntad. De hecho, es en mi cabeza donde todo esto tiene lugar. Estoy jugando con mis ideas. Nada más.Buscaron la verdad, sería cruel que no la encontraran.Cruel.Me siento cruel por romper esta mentira piadosa.Desde que el escritor mantuvo con un extraño la que sería su última charla, sus pensamientos solo lo llevaron a escribir sobre la crueldad. Sabía que no había forma de recuperar la inocencia perdida.Filosofando, minutos atrás, había perdido su inocencia. No dependía de ellos la creación de ese cuento que eran sus vidas. Estaban a la merced de un tercero.Había perdido la inocencia de creerse libre. Era un personaje en un cuento. Había resultado victima de lo que tantas veces había hecho. Pidió perdón por saberse culpable.Walthaas, en el último instante de su vida, mientras veía como todo el universo desaparecía, tuvo tiempo para pensar en una ultima cosa.Sus dudas no habían tenido fundamento. Momentos atrás, el escritor había tenido razón. Nada era real, solo existían en la mente de otro.Walthaas, su universo y su continuidad no eran nada.Una idea descartada.No se sentía equivocado en verse como victima. Aunque su creador jamás hubiese podido darse cuenta de que esa idea tenía vida.Vencido, por los hechos irrefutables. Abatido por ser algo tan efímero.Resignación.¿Que otra cosa podría sentir?Calma.Cerró los ojos. Esperó a que el olvido lo acaricie de una vez. Otra vez siento ese frío. A pesar de que ahora lo reconozco mejor. No es frío. Acabo de ser cruel y no me arrepiento de disfrutarlo. No es frío lo que me llena, son oleadas de adrenalina.Es hermoso.La emoción de lo prohibido es increíble.Mientras que la nada se le volvía todo, el escritor alcanzó a cerrar su cuaderno por última vez.Sonriendo por lo que creía una ironía, pensó en lo último que había escrito:-FIN...-

viernes, 28 de marzo de 2008