domingo, 30 de marzo de 2008

Los inocentes

A ese señor todo el mundo lo llamaba el viejo, pero cuando estaban con el nadie le decía así, todos le decíanJorge. La primera vez que le fui a hablar yo también le dije viejo y se rió y me agarró de la cabeza riéndose el también.
Todos los jueves que mi papá se juntaba con sus amigos en el bar y me llevaba a mi, y, todas las veces terminaba por acercarme a hablarle a Jorge que siempre se sentaba solo en el fondo. También la vuelta papá me decía que era mejor no hablarle, que le gustaba estar solo y que era mejor dejarlo, pero siempre que yo iba, él me recibía bien; nunca me pidió que lo dejara solo, incluso parecía ponerse contento con mis visitas.
Me acuerdo de una tarde en que volvíamos del cine con mamá, papá y el tío Alberto, pasamos por la puerta del bar y lo ví a Jorge ahí sentado. Cuando al jueves siguiente se lo conté a uno de los amigos de papá, a Felipe, me hizo un gesto para que baje la voz y me contó que el viejo iba todos los días al bar, entonces yo dije que como nunca faltaba había que apodarlo Sarmiento en lugar de viejo, pero a nadie le causó gracia y yo solo me reí un poco porque todos bajaron la mirada e hicieron silencio hasta que Ricardo comentó que para las carreras del domingo le apostaba a Renault que estrenaba piloto que era de Junin como él y que eso no podía fallar. Entonces quise volver al tema anterior pero nadie me prestó atención.
Nunca me voy a olvidar de Jorge, el viejo, sobretodo de la última vez que lo vi, me acuerdo que pedí permiso para ir a baño y cuando volvía me hice el distraido cómo siempre y me acerqué al viejo a hablarle, le pregunté porque estaba siempre tan solitario y no se juntaba con la banda de amigos de mi papá, parecía tan triste. Para tratar de levantarle el ánimo le dije el chiste de Sarmiento y por un momento ví como comenzaba a formársele una sonrisa, pero la expresión de la cara le cambió rápido y sin que me dé tiempo a reaccionar me tomó del brazo con la mano, fuerte, firme, y si bién me miró a los ojos me parecía que en realidad miraba otra cosa. No lloré, no dije nada cuando volví a la mesa ni de regreso a casa. Yo, cada tanto, cuando pasaba por la cuadra del bar me asomaba por la ventana para saludar al José el mozo, pero cuando miraba al fondo el lugar donde siempre estaba sentado el viejo siempre estaba vacío. Un tiempo después un día entré al bar porque José me dijo que me regalaba una factura que yo eligiera mientras él hablaba con mi mamá. Ahí adentro le pregunté por Jorge. José la miró a mi mamá, y no llegué a escuchar que era lo que ella le decía por lo bajo, él entonces me dijo que el viejo se había mudado a otro país porque tenía muchas deudas. Unos días después de que me hubiera dicho eso, ví a un montón de policías y bomberos en la puerta de su casa, todos tenían caras muy serias y una señora le decía al comisario que la noche anterior había escuchado un ruido, como de un disparo, y que el pobre de Jorge no era el mismo desde que había vuelto de la guerra.

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